A de abecedarios
La creatividad y la libertad artística que encontramos las páginas de Volcancito nevado son una excusa perfecta para revisitar otros abecedarios ilustrados que han sido seleccionados durante estos años y que son grandes exponentes de este género.
Un volcán humeante que tiene la forma de una mayúscula letra A. “Volcancito nevado, ¿qué guardas en tu vientre anaranjado?”, se lee a continuación. Al voltear la página, el volcán estalla y vemos aparecer las velas de un barco fantasma, con la forma de una gran letra B de tonos azules. En este punto, percibo que hay un juego que me invita a imaginar una figura, a partir de la forma de las letras del abecedario.
Este juego no carece de dificultades, pues ¿qué puedo imaginar con la forma de una J? Avanzo a través de las páginas y descubro la trompa de un elefante bajo el agua; una representación totalmente inesperada si vuelvo a pensar en lo que imaginé tentativamente. Tengo ganas de descubrir, entonces, qué se formará con las líneas de una letra K y me asombro aún más cuando veo y leo “La jirafa de dos cuellos”. Ya no puedo esperar a ver qué forma adoptará la Ñ, la Q o la X, ya que en este juego todo es una sorpresa.
La imaginación, la mirada poética y la contemplación son algunos de los elementos que abundan en Volcancito nevado (Kókinos, 2021), un alfabeto ilustrado escrito por el poeta argentino-mexicano Jorge Luján e ilustrado por la artista francesa Madana Sadat, una dupla que goza de gran reconocimiento en el campo de la literatura infantil y juvenil, y que ya conocíamos por otros libros como Tarde de invierno (Kókinos, 2007).
Al encontrarme con este libro, recorro la larga historia que tienen los abecedarios en la historia de la literatura infantil y tomo una pausa para observar su gran potencial estético. Por un lado, es un formato que ofrece una estructura muy estandarizada, asociada a la secuencia de las letras de nuestro alfabeto y que se repite en muchísimos libros de este tipo. Mientras que, por otro, brinda la libertad creativa que requiere una publicación para niños y niñas en la actualidad.
Volcancito nevado se destaca por ese delicado barniz que renueva esta tradición de libros infantiles: las letras de la A a la Z se suceden en cada página al compás de textos que las acompañan. Las ilustraciones, al mismo nivel que las palabras, también invitan a la ensoñación y la mirada poética. Son un complemento perfecto, de gran belleza. Entre mis páginas favoritas apunto “La nubecita española que enlaza el mundo” y “La puerta hacia el mundo al revés” (¿qué letras crees que representan?).
Estructuras de conocimiento
El esquema que comparten la variedad de abecedarios es bastante común: una letra inicial sigue el orden secuencial correspondiente, acompañada de una palabra, una oración o un verso y de una ilustración que la represente fonética y visualmente, generalmente con un objeto o un animal. En esta fórmula se da un paralelismo entre texto e imagen, en el que las palabras se traducen visualmente con apoyo de la ilustración, así como en sentido inverso, la imagen encauza la decodificación y lectura del texto, como ocurre con el clásico Silabario Hispanoamericano (1945), Adrián Dufflocq.
Otro de los usos que comparten los abecedarios es que ofrecen una estructura bastante útil si se quiere organizar un contenido, ya sea literario o no literario. En los inicios de la modernidad, cuando comenzó a primar la racionalidad para ordenar el conocimiento del mundo, esta estructura resultó muy práctica para aquello que se necesitaba clasificar y enseñar, y lo sigue siendo hasta nuestros días para la creación de libros informativos infantiles de diversas temáticas, con un estilo más cercano a lo enciclopédico.
Como es de esperar, con el transcurso del tiempo y la evolución de la literatura infantil, los creadores de libros para la infancia comenzaron a experimentar con las múltiples posibilidades de lo literario y de la ilustración, alcanzando todo tipo de géneros y formatos.
Lo lúdico, el absurdo, el humor, la experimentación, la interacción con el lector y el goce estético se impondrán al afán moralizante y didáctico que primaba en los primeros abecedarios, abriendo camino a nuevos libros que juegan con frases disparatadas o aprovechando la secuencia de las letras para contar historias que no necesariamente tenían un fin educativo. Siguiendo esta tendencia, muchos ilustradores de renombre pusieron a prueba su talento con este formato y hoy podríamos considerarlos verdaderos objetos coleccionables como son The absurd A.B.C. (1874), de Walter Crane o Los pequeños macabros (2010), de Edward Gorey.
Con el transcurso del tiempo y la evolución de la literatura infantil, los creadores de libros para la infancia comenzaron a experimentar con las múltiples posibilidades de lo literario y de la ilustración, alcanzando todo tipo de géneros y formatos.
Seleccionados Troquel
A lo largo de nuestro comité hemos tenido la ocasión de revisar una variedad de abecedarios que nacen desde esta mirada contemporánea de la literatura infantil y que merecen ser revisitados en este boletín. El primero que aparece en la lista es Abecedario (Pequeño Editor, 2014), de las autoras Ruth Kaufman, Raquel Franco y del ilustrador Diego Bianki, que asocia cada letra a un verbo y sus múltiples posibilidades, como jugar: “jugar a las escondidas, jugar a las visitas”; o nacer: “nacer en África, nacer de un huevo”, etc. También conocimos Abececuentos (Anaya, 2015), de Daniel Nesquens y Noemí Villamuza, con personajes de cuentos tradicionales como “Caperucita cantarina”, “Hamelin habilidoso” o “Sirenita sonriente”.
Otro ejemplo es Hoy me siento… (Grafito, 2018), un hermoso abecedario ilustrado de las emociones que expande sus significados con imágenes evocadoras y profundas metáforas visuales, fruto del delicado trabajo de su autora Madalena Moniz.
En el repertorio de libros infantiles nacionales encontramos ABC ilustrado de los quiltros (Planeta, 2019), de Jorge de la Paz, que se presenta como un libro informativo para caracterizar a una variedad de tipos de canes callejeros, retratándolos con gran sentido del humor. También figuran ¡Plántalo tú! Un alfabeto humanista (2021) y ¿Todo puede ser arte? Un alfabeto visual (2021), ambos de Ángeles Quinteros, editados por Escrito con Tiza. Los tres son abecedarios de carácter temático.
Mención aparte merece el Abecedario a mano (Fondo de Cultura Económica, 2015), de Isol, mucho más cercano al álbum, en el que la relación texto-imagen es experimental y plurisignificativa. El único orden posible se debe a la secuencia de letras de la A a la Z, pero no hay un patrón conceptual que actúe como hilo conductor entre ellas. La A es de “Hoy quiero asustar”, la F de “Soy feroz” y M de “Alma mansa”, acompañadas de las ilustraciones en collage, características de su autora que abren múltiples caminos de interpretación.