
Libros con orgullo: abrir los brazos en el momento preciso
El año 2009, la escritora nigeriana Chimamanda Adiche mencionaba en su presentación TED El peligro de la historia única (que luego se convirtió en un pequeño libro) la importancia de contar con múltiples narraciones, ya que “la consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad”. Sigue: “crecí en Nigeria, fui una lectora precoz y lo que leían eran libros infantiles ingleses y estadounidenses. A los ocho comencé a escribir mis propias historias, todos mis personajes eran blancos y de ojos azules, que jugaban en la nieve, comían manzanas y que hablaban del clima (…). Todo cambió cuando conocí a los escritores africanos”.
Para quienes nacimos homosexuales en los años setenta nos ha sido difícil poder escapar ese relato único; nuestra infancia estuvo marcada por la oscura sombra de la dictadura. En ese tiempo, Cema Chile creó un folleto sobre las veinte acciones que debíamos aprender los niños: debíamos saludar con la mano derecha; no indicar con el dedo; a hablar en voz baja; a callar en la mesa; a no interrumpir las conversaciones de los mayores y a usar correctamente la servilleta, poniéndola sobre nuestro regazo.
Agregaba el folleto impreso que se repartía en escuelas y servicios de salud: “Los niños bien educados, además de sentirse seguros, no sufren problemas de adaptación al ingresar al colegio o al jardín infantil». Los noventas fueron nuestra trinchera: la televisión, el colegio, el miedo al Sida, los medios escritos y la calle se convirtieron en espacios donde exponer nuestra cara a las burlas, a los golpes, al miedo.
Ya en el año 2000 y, al transformarme en mediador de lectura, por primera vez pude leer cuentos en donde mi historia tenía sentido y era parte de un engranaje; sí, fueron los libros infantiles lo que me ayudaron a soñar con una vida distinta: una vida romántica, en pareja, viviendo en un castillo situado sobre una colina y con un serían felices para siempre al final de la página.
Así es, Rey y Rey, de Linda de Haan, con su estética kitsch, editado en español por Serres el 2004, nos entregó la primera boda gay sellada con un beso en forma corazón, luego de que el príncipe protagonista de la historia se enamora del hermano de una de sus posibles prometidas. El título, que se acumuló en Santiago en altas pilas porque pocas personas lo quisieron comprar, fue prohibido en algunos estados de EE.UU. y, en Inglaterra, el grupo Voces cristianas lo calificó de “abuso infantil”.
Pasados estos años he tenido la suerte de encontrarme con otros títulos que, desde distintas perspectivas, van formando un catálogo de literatura infantil en el que todos podemos ir construyendo nuestro reflejo. El escritor y promotor de lectura mexicano Adolfo Córdova, en su blog Linternas y Bosques, nos dice algo así: “Sabemos lo trascendente que es encontrar reflejos específicos con nombre, apellido y lugar de residencia. Y en la extensa lista de historias de amor todavía se cuentan muy pocas, creadas en Hispanoamérica, en las que la idea de pareja evolucione al ritmo y deseos de los lectores. Los libros publicados para niños, niñas y jóvenes no son un reflejo de la realidad sexual diversa en la que viven. No encontrarán allí mucho de lo que les interesa. Pero algún camino hay.”
Al transformarme en mediador de lectura, por primera vez pude leer cuentos en donde mi historia tenía sentido y era parte de un engranaje; sí, fueron los libros infantiles lo que me ayudaron a soñar.
Para explorar esos caminos elegí tres títulos que me han servido para pavimentar o, a veces, para abrir rutas a machetes en el mundo docente: Mariposa, de Marc Majewski, de Ediciones Ekaré (2023); de Kókinos, Sirenas, de Jessica Love, editado el 2018; y, por último, Lirio. Un revés y un derecho, del chileno Ignacio Ortega, para Santillana infantil (2016).
El ilustrador francés, radicado en Berlín, Marc Majewski nos lleva directo a su infancia: una casa en medio de la naturaleza, rodeada de jardines y de un amplio huerto. Mientras en el patio un hombre adulto, aunque joven, repara una bicicleta, dentro de la casa un inquieto niño dibuja mariposas de colores acompañado de un perro y un gato, y declara: “Soy mariposa”, mientras bate unas enormes alas color naranjo que lo convierten en una monarca. Dos plumas de pavo real depositadas en un florero serán sus antenas, por lo que ataviado de su nueva vestimenta sale al mundo a disfrutar del día. ¿Qué podría salir mal? Es feliz, salta, da vueltas, agita sus telas, hasta que se encuentra con un grupo de niños que juega a la pelota.
Al otro lado del mundo, luego de visitar el Desfile de las sirenas que todos los años se realiza en Coney Island, la parte costera de Nueva York, la actriz Jessica Love decide escribir e ilustrar su primer libro para niños: Sirenas o Julián es una sirena, su título en inglés. Un niño afroamericano acompaña a su abuela a sus clases de natación en la piscina pública. De regreso en el metro, ve a tres despampanantes mujeres ataviadas con largos vestidos de sirenas color calipso y maravillosos pelos largos. Al pasar la página, el niño se sumerge en un sueño: deja atrás su ropa, su pelo ensortijado crece y es conducido por una mantarrayas al encuentro con un pez que deposita en sus manos un collar sagrado; un poder marino que le da al pequeño Julián la capacidad de transitar hacia su verdadero yo.
Mientras una fría y oscura caleta del sur de Chile es el escenario perfecto en que Ignacio Ortega nos sitúa para presentarnos a Lirio, un niño con nombre de flor. Al igual que en Mariposa, la naturaleza ayuda al protagonista: el mar y el sol acogen a un pequeño que disfruta pescar y jugar con su perro, en el muelle de madera. ¿Qué pasa cuando llega el invierno? No lo queda más que arrimarse a la salamandra, calentarse con el mate y escuchar el sonido de los palillos que su abuela y las mujeres del pueblo hacen sonar mientras tejen chalecos, gorros y mantas, que ayudarán a soportan el frío clima costero. El don de Lirio es el tejido, es diestro con la lana y aprende el revés y el derecho sin ayuda, pero llega su padre y lo arranca de su pasión para llevarlo al mar, así “Lirio comprendió que hay ciertas cosas que los hombres de mar no deben hacer”.
Volvemos a Mariposa. El enfrentamiento con los niños futboleros, quienes se ríen de su alas y las tironean hasta romperlas es la imagen que Marc Majewski nos entrega para ejemplificar el dolor que vivimos en el espacio público; los otros están ahí, agazapados, esperando que aparezcamos con nuestros colores para salir de sus guaridas. Aunque, digámoslo, hay que ser justos, siempre hay una niña (una mujer, una aliada) que nos reconforta, ayudándonos en el proceso de crecer y aceptarnos. Otra clave que Marc introduce en este libro es la presencia del padre, ese hombre adulto, aunque joven, que repara su bicicleta, aparece desde un costado de la página para ocupar el rol protector: ayuda a Mariposa a remendar, a parchar, a coser nuevamente sus alas y, en una mirada más realista, a poner sobre la cabeza de su hijo un casco con una cuchara y un tenedor que ahora hacen de antenas, y que cuidan al joven de un nuevo escarnio.
El actuar del padre de Mariposa es el mismo rol protector que cumple la abuela de Julián, en Sirenas. Al llegar a la casa luego del viaje en metro, y, mientras la mujer se da un baño, el niño comienza su proceso de transformación. En una maravillosa secuencia, Julián va dejando atrás su vestimenta infantil: primero sus sandalias, luego su polera y por último el short naranja, van quedando apilados en un rincón. El nuevo Julián ahora luce un hermoso tocado verde, hecho de helechos y flores, pinta su boca de rojo y, en un acto dramático (¡muy Scarlett O’Hara!), arranca de la ventana el velo que hace de cortina y lo anuda a su pequeña cintura para crear una larga falda ribeteada de encajes. Aunque falta un detalle para que su proceso esté completo: su abuela.
Al verlo, la mujer va su habitación, toma de su joyero un collar de perlas y lo pone sobre la mano del niño, quien, orgulloso, lo luce camino a la calle. Jessica Love celebra la nueva vida de Julián integrándolo al carnaval, el ritual más antiguo del que se tenga registro, esa fiesta que nos permite salir al espacio público, disfrazarnos, ser otros, confundirnos entre ricos y pobres; entregarnos al baile, al canto, a la celebración del cuerpo y de la diferencia. Y en ese deambular podemos encontramos con lo que somos: un rey, un mendigo, una sirena.
En tanto que Chile la lluvia amaina y Lirio se asoma nuevamente a la ventana, es el mar infinito el que le da la bienvenida y que lo invita a dejar su casa. En un acto de locura su perro extiende por todo el pueblo un montón de bufandas, gorros y ponchos que el niño había creado igual, escondido bajo las polleras de su abuela. Como un acto mágico, la estela de tejidos logra llenar la caleta de colores y el autor nos señala: “Lirio ha conseguido tejer un pequeño sol que ni el peor de los inviernos pudo nunca más apagar”. En el encuadre final vemos al padre abrazar a su hijo luego de la aceptación del pueblo, es el cierre que necesitamos: otro adulto, el pescador — cierto, más hosco y rudo — lo cobija y le sonríe mientras Lirio teje una larga bufanda para su perro.
Vuelvo a Chimamanda “La consecuencia de no estar familiarizado con las historias de otras personas es que después tratamos de silenciarlas”. Y creo en este acto radica nuestra labor de mediadores, alejar el mutismo.
El temor a no ubicar nuestras manos correctamente, a que nuestra servilleta se resbale del regazo, a levantar la voz en medio de un grupo, a causar demasiada impresión con nuestra ropa o a que un ruido agudo, que salga de nuestra boca, moleste hasta provocar golpes, fueron algunos de nuestros miedos infantiles. Hoy, los niños, niñas y jóvenes viven de una manera distinta la expresión de su propia personalidad y, en este avance social, somos los mediadores (docentes, bibliotecarios) quienes cumplimos el rol de acompañarlos y de abrirles paso, cubriendo con nuestras manos las miradas de juicio y las ganas de algunos de arrebatarles sus derechos. Tenemos que ser capaces de entender y apoyar los procesos de transformación, duelo o de cambio que viven los niños y jóvenes hoy, siendo atentos, midiendo los gestos, sin amplificar los discursos. Como decimos en este encuentro: debemos cuidar el presente para proyectar el futuro.
Las historias de Julián, Mariposa y Lirio, si bien son contadas desde diferentes latitudes, tienen un hilo común que las une: en cada una, los adultos cumplen un rol, pueden ser testigos silenciosos o actores secundarios, pero abren sus brazos en el momento preciso para que los protagonistas puedan extender sus alas, sus colas o sus tejidos.
Festival Internacional del Libro y la Lectura
El arte del oficio.
Ñuñoa, marzo del 2024