Relatos en blanco y negro
El uso del blanco y negro puede responder a diversas intenciones de los ilustradores en la literatura infantil, como representar el paso del tiempo o despertar emociones profundas. Aun así, las interpretaciones y efectos que evocará en cada lector serán siempre tan diversas como lecturas existan. Revisamos dos álbumes que, a través de historias conmovedoras e interesantes propuestas gráficas, amplían las posibilidades estéticas y simbólicas que abre la ausencia del color.
En 1963, el artista norteamericano Edward Gorey escogió el blanco y negro para ilustrar Los pequeños macabros (Libros del Zorro Rojo, 2010), un clásico que relata la muerte de una veintena de niños con un humor oscuro e irreverente. Desde entonces, la falta de color ha caracterizado la propuesta estética de títulos inquietantes como Los misterios del señor Burdick (Fondo de Cultura Económica, 1996), de Chris van Allsburg o el reciente El bosque, la niña y el lobo (NubeOcho, 2022), de Giovanna Ranaldi. Otros ejemplos son los álbumes de Jairo Buitrago: Un diamante en el fondo de la tierra (Amanuta, 2015), ilustrado por Blanco Pantoja y ¡Ugh! (Ekaré Sur, 2022), en colaboración con Rafael Yockteng, que narran historias sobre el pasado: mientras uno rememora los dolores de la dictadura militar, el otro nos transporta a las cavernas del Pleistoceno.
Durante el año 2023 leímos dos libros que se suman a esta lista y amplían los alcances simbólicos de la ilustración en blanco y negro. El primer título es Siempre cerca (Fondo de Cultura Económica, 2021), del neerlandés Mark Janssen, que deja atrás la vibrante paleta cromática de su anterior entrega La isla (Fondo de Cultura Económica, 2021) para presentarnos la historia de Babu, un niño que busca aliviar la tristeza luego de la pérdida de un ser querido. Las ilustraciones a doble página narran la cotidianidad del protagonista en su pueblo de Nepal, mientras descubre poco a poco que el espíritu de su abuela sigue vivo en los peces, pájaros y mariposas que le rodean.
El segundo título es El último árbol (Blume, 2023), escrito e ilustrado por el artista londinense Luke Adam Hawker. El relato está ambientado en un futuro marcado por la completa extinción de los árboles. En medio de una visita al Museo de la Última Generación Arbórea, Olive, su protagonista, encuentra un portal de entrada a un mundo onírico. Dejando atrás la seguridad del abrazo de su padre, la niña se adentra en la profundidad del bosque hasta encontrar un secreto que podría cambiar el destino del planeta.
Ambos títulos confían casi todo su peso narrativo y poético en la visualidad, dando espacio para que las ilustraciones en blanco y negro desplieguen todo su potencial. Una virtud en la que coinciden Siempre cerca y El último árbol es la delicadeza con que abordan el viaje interior de sus niños protagonistas.
Olive y Babu viven grandes carencias: una ha crecido en la aridez de un mundo sin árboles, el otro se enfrenta al doloroso hueco que deja la muerte de un familiar. La ausencia de color parece capaz de despertar las profundas emociones asociadas a estas experiencias, aunque, para más de algún lector, podría insinuar la completa falta de emoción. Las ilustraciones, en cualquiera de los casos, invitan a empatizar con los personajes en su deseo de encontrar una respuesta que llene el vacío.
El uso del blanco y negro puede evocar también el silencio —reforzado a la vez por la brevedad de los textos— y el paso del tiempo, aunque ninguno de los dos libros haga alusión al pasado. En El último árbol es la paleta escogida para representar un futuro tan remoto como falto de vida; en Siempre cerca, un velo para cubrir el lento curso del duelo, que parece encontrar su fin con una esperanzadora frase color cobre en el desenlace.
La falta de colores abre, además, la posibilidad de que otros recursos gráficos puedan destacar a nivel estético y comunicar significados a los lectores. Hablamos de los contrastes, las texturas y los trazos.
Ambos títulos confían casi todo su peso narrativo y poético en la visualidad, dando espacio a que las ilustraciones en blanco y negro desplieguen todo su potencial.
Contrastes
En términos técnicos, el blanco y el negro no se consideran colores, sino la luz en su plenitud y la completa falta de luz. En Siempre cerca y en El último árbol estos opuestos se encuentran y desencuentran generando equilibrios que, además de producir placer a la mirada, sugieren una conmovedora alegoría.
En la primera escena de Siempre cerca, Babu se sumerge en el fondo oscuro del lago de Pokhara, para ascender luego a una superficie que resplandece bajo el sol. En el clímax de El último árbol, una jauría de lobos persigue a Olive en la penumbra, hasta que la llegada luminosa de los demás animales del bosque disipa todo temor. Ambos libros hablan de esas luces capaces de esclarecer las sombras, pero también parecen tener claro, tanto a nivel gráfico como metafórico, que para que haya luz es necesaria la oscuridad. “Olive miró el oscuro cielo nocturno y descubrió que estaba repleto de luz”, dice una página en El último árbol junto a la ilustración de su protagonista perdida bajo el firmamento estrellado. Una noche similar se retrata en Siempre cerca, cuando un nostálgico Babu descubre la cercanía de su abuela en la altura del templo de los monos.
Texturas
Para suplir la ausencia de color cobran protagonismo las texturas: achurados, líneas paralelas, patrones. Estos recursos son utilizados con exquisitez en El último árbol para ilustrar las copas y los troncos de los árboles, mientras que en Siempre cerca dan relieve a la riqueza natural y cultural de los paisajes de Nepal. Estos escenarios, además de estar construidos con un nivel de detalle conmovedor, suelen ser siempre inmensos en relación a los protagonistas, transformando el bosque y la selva en atmósferas perfectas para poner en juego la pequeñez de los personajes.
Trazos
Las ilustraciones de Mark Janssen y Luke Adam Hawker mantienen cierta calidad de bocetos que nos recuerdan constantemente que estamos ante dibujos. Esta decisión de dejar algunas “vigas al aire” invita a apreciar con más cercanía el oficio de sus autores: es posible atestiguar la suavidad de los trazos de grafito de Janssen y la determinación de las líneas de tinta de Adam Hawker, que parecen recién esbozadas sobre la fina calidad del papel.
Los bosquejos pueden sugerir la sensación de estar ante relatos y personajes inacabados: parece ser una bella forma de representar a Olive perdiéndose y buscándose en el bosque, a Babu anhelando una nueva manera de habitar el mundo. Algo parecido podrían evocar los trazos en blanco y negro en los lectores: tal como lo hace la falta de adjetivos en la narrativa tradicional, la ausencia de color abre espacios para que aparezcan las propias miradas, intimidades e incertidumbres, diversificando los caminos de interpretación.