Rosa en el asfalto
¿Qué significa crecer siendo un adolescente negro de un barrio marginal? ¿Cómo huir a un destino heredado y consolidado por la sociedad? Angie Thomas responde estas preguntas en su novela “Rosa en el asfalto” (2021), precuela de “El odio que das” (2017), seleccionada por nuestro sexto boletín Troquel.
Angie Thomas toma la bandera de lucha contra el racismo y la violencia policial hacia ciudadanos afroamericanos, abriéndonos los ojos de forma cruda y directa en su primera novela El odio que das (Gran Travesía, 2017) y de una manera más velada pero insistente, en la precuela, publicada el 2021 por el mismo sello editorial, Rosa en el asfalto. Este segundo libro retoma la crítica social que le dio fuerza al primero, retrocediendo al momento en que los padres de Starr —protagonista de El odio que das—, eran adolescentes. Maverick y Lisa, en medio de diferentes tormentas personales, deberán enfrentar las dificultades de un embarazo prematuro, evidenciando que en más de quince años la discriminación, injusticia y violencia racial poco y nada ha disminuido.
El título del libro va cobrando sentido a medida que avanzamos en la novela. Lo que parece ser una historia de pandillas —que nos recuerda a la película Escritores de la libertad (2007), donde la desesperanza del paisaje social es reemplazada por la oportunidad de arrancar de un destino desolador— se complejiza al ahondar en la historia personal del protagonista. Mediante un relato realista, duro y envolvente, vamos conociendo a Maverick, un adolescente negro, hijo de uno de los principales líderes de una banda de narcotraficantes que debe crecer prematuramente sintiendo el peso de esa herencia. La protección de la pandilla, así como las expectativas depositadas en él, le significarán la pérdida de su libertad. Vemos así, reflejado en Maverick, lo que significa crecer en Gardens Heights, contrastando los peligros y desesperanza de sus habitantes en relación con los barrios blancos.
“Bueno, claro, en ese tiempo en que era pequeño, los profesores solían preguntarme qué quería ser cuando fuera grande. Decía cosas como astronauta o médico o veterinario. Pero en algún momento, dejé de imaginarme siendo algo de eso. No hay astronautas, médicos o veterinarios por aquí. Todas las personas que conozco solo intentan sobrevivir y eso es lo único que yo quiero hacer”.
Junto con el protagonista, en las primeras páginas nos enteramos de que este es el padre de Seven, un niño que supuestamente era hijo de su mejor amigo y del cual deberá hacerse cargo. Tras esta noticia, Maverick terminará la relación con su novia Lisa, quien, a los pocos meses, en un reencuentro ocasional, también quedará embarazada de él. A medida que avanzamos en la trama, nos vamos hundiendo junto a Maverick en la oscuridad de su destino. Sentimos el peso de la postergación, de estar perdiendo su juventud entre pañales y un trabajo que no le permite ganar dinero suficiente para cubrir los gastos de su paternidad.
Mediante un relato realista, duro y envolvente, vamos conociendo a Maverick, un adolescente negro, hijo de uno de los principales líderes de una banda de narcotraficantes que debe crecer prematuramente sintiendo el peso de esa herencia.
Mientras las pocas personas que confían en él lo tratan de convencer de que deje de vender drogas, somos testigos de las dificultades que la vida le pone para ello: la muerte de su primo y su necesidad de venganza, las presiones de la pandilla, el compatibilizar los tiempos de estudio, trabajo y cuidados de su hijo y, por supuesto, problemas económicos. ¿Cómo hace un adolescente para poder seguir comprando las últimas Nike Jordan, pañales y leche sin vender drogas? Se mece así, en una lucha interna, con el peso de saber que eso lo conduce a dos caminos: a la cárcel (como su propio padre ausente) o a la muerte.
La complejidad de los personajes se reafirma en la coherencia entre ambos libros. Son creíbles, profundos, duales,que sirven como espejo al lector independiente de la raza o edad, logrando empatizar con los sentimientos de ellos. Vemos cómo, pese a esta aridez, el cariño y los lazos familiares son un salvavidas que diluye la crudeza de la realidad presentada. Sentimos la suavidad en las relaciones filiales y amorosas, así como la severidad, el miedo y el cansancio que produce la crianza.
En este sentido, es interesante la exploración en el tratamiento de la paternidad que logra su autora. Por un lado, visibiliza la dualidad de lo que significa criar a un niño solo; los miedos, responsabilidades, cansancio y postergación que conlleva. Pero a la vez, pese a su juventud y al diluvio de problemas que enfrenta, Maverick demuestra responsabilidad, orgullo y un amor profundo por su hijo. La paternidad se convierte así en el motor que hace que la manzana ruede lejos del árbol. A la vez, la presencia de Seven es lo que le devuelve la humanidad al libro.
Si lo pensamos racionalmente, en la actualidad tener dos hijos a los diecisiete años podría verse como una forma de arruinarse la vida. Sin embargo, Angie Thomas lo presenta como un nuevo renacer, una pequeña felicidad en la oscuridad, como una rosa en el asfalto. Un libro absolutamente recomendable para mirarnos y pensarnos como sociedad, así como también para abrir conversaciones intergeneracionales.